Una cita con la historia del doom metal
Viernes, 09 de Septiembre de 2022
En los 80 era muy difícil que el nombre de Pentagram se relacionara con el combo liderado por Bobby Liebling, no solo porque compartía su denominación con el proyecto de Anton Reisenegger, quizá la banda de metal más importante de la escena local, sino que por una desafortunada historia marcada por la errática conducta del mismo Liebling, obstáculo que siempre se interpuso en su camino a la grandeza y que, al mismo tiempo, transformó a su música en un tesoro de culto que igual se las arregló para llegar, incluso, a este sótano al final del mundo. Cuando uno escucha temazos como ‘Starlady’, ‘The Ghoul’ o ‘Forever My Queen’ es difícil creer que Pentagram no haya sido más grande, son canciones que lo tenían – y aún lo tienen – todo para inscribirse con letras doradas en el gigante relato del metal. Noches como la del 8 de septiembre del 2022 ayudan a validar este argumento y a darnos cuenta de que el paso del tiempo fue lo mejor para reflexionar sobre su valor y su endemoniada seducción.
Cuando uno analiza el contexto, nos damos cuenta de que los cimientos del doom metal no surgen a partir de una escena pujante que arremetió en bloque como si lo hiciera el thrash metal de San Francisco, por ejemplo. Saint Vitus, Candlemass, Trouble y Pentagram vienen de lugares distintos, pero hay un sonido en común tan mágico, lento y real, como diría Yajaira, que es capaz de traducirse a todas las lenguas y marcarnos como la mordida de un lobo. El Gran Temor y Poema Arcanus no solo representan dos caras de esa moneda, sino que también dos lados de la música de Pentagram, por eso era importante que estuvieran ahí, otra excelente jugada de Red House, productora que tiene un ojo clínico para posicionar a los actos de apertura.
Puntual a la hora pactada, El Gran Temor subió al escenario de Blondie junto a un acotado grupo de gente que se apilaba entre las primeras filas mientras el trío se despachaba la instrumental ‘Años Sabáticos’. La fuerza de Fernando Cares en la batería, el misticismo de Francesca Pennacchiotti en el bajo y la impronta de Jorge Luis Paillao en la guitarra y la voz se hicieron sentir en cada rincón del recinto capitalino con un setlist que giró en torno a sus dos producciones discográficas, “Jugando con la muerte” (2010) y “Lágrimas de Ácido” (2019). ‘La Iglesia que Dios Abandonó’, una de las mejores letras del trío, ‘Lágrimas de Ácido’, ‘La Vida es un Viaje’, ‘Infortunio’, ‘La Niebla’ y ‘Jugando con la Muerte’ fueron parte de este periplo de 35 minutos que se hicieron cortos, pero fueron intensos, congregando cada vez más asistentes que se posicionaban bajo la tarima a fin de corear entusiastamente la mayoría de las letras junto a Paillao.
“Gracias por acompañarnos, hoy estamos cumpliendo el sueño de tocar con Pentagram”, expresó el frontman y, claro, los enlaces que unen a los nacionales con la banda estadounidense son explícitos, sobre todo en la etapa más primigenia cuando Bobby y los suyos bebían a raudales del blues, y eso cierra un círculo de admiración que se remonta incluso a los días en que El Gran Temor se hacía acompañar por Chelo de Hielo Negro e interpretaban ‘Forever My Queen’ en el Bar Oxido por allá por el 2007, mucho antes de que grabaran el primer disco o de que la figura de Pentagram se leventara gracias al documental “Last Days Here”. Hay un cariño legítimo por esta forma de rock que vive hasta nuestros días y es bueno saber que Paillao, Pennacchiotti y Cares son parte de esa camada que mantienen la llama encendida, sobretodo en jornadas tan épicas como esta, con un sonido robusto y una puesta en escena a la altura cimentada en imágenes de películas de culto a sus espaldas que encajaban con lo que salía de los amplificadores. Si hay una banda que merecía ser parte de esta histórica jornada, esa era El Gran Temor y cumplieron al cien por ciento como representantes de un underground que batalla todos los días para entregarnos música memorable.
Si bien lo de Poema Arcanus va por otro caudal, más ligado al death doom de Paradise Lost por ejemplo, su inclusión en el cartel sirve para analizar cómo el estilo que Pentagram ayudó a forjar de manera tan orgánica desde los años 70 se combinó de forma magistral para alcanzar otros horizontes. Los encabezados por Claudio Carrasco brindaron un excelente set de pocas canciones ante ya un populoso contingente que recorría la clásica discoteque capitalina. Reconocidos tanto nacional como internacionalmente por direccionar su propuesta hacia la era dorada del sello Peaceville en los 90, el cuarteto chileno tuvo la capacidad de resumir varios años sobre las tablas recorriendo no solo su último y aplaudido “Stardust Solitude” (2020), sino que también hubo tiempo para detenerse en otras obras como “Timeline Symmetry” (2009), “Iconoclast” (2002) o el inmortal “Arcane XIII” (1999), este último clave para entender el doom latinoamericano.
Así las cosas, el punteo limpio de Igor Leiva en ‘Brave’ dio el vamos a una actuación demoledora. La profundidad de ‘Isolation’, el paso mortuorio de ‘This Once Long Road’, el encanto lánguido de ‘Haven’, la solemnidad oscura de ‘Consumatum Est’ y la elegancia gótica de ‘The Crawling Mirror’ se dieron cita ante una audiencia que atendía al llamado oscuro de los ejecutantes, con un headbanging descendente y por ciertos momentos con las miradas perplejas antes la opulencia de los riffs de Leiva y las ambientaciones lúgubres en las que Carrasco transitaba entre los growls y las tonalidades bajas de su garganta. Varios adeptos vistiendo el nombre del grupo en el pecho gozaban a este cuerpo articulado en la instrumentación que se paseaba entre la tensa calma y la opresión distorsionada, con un final de alto impacto en el que la comunicación entre el bajo trepidante de Juan Díaz y la batería potente de Luis Moya fueron claves cerrar con broche de oro el paso de los nacionales antes del plato principal. Poema Arcanus es un sello de calidad y fuimos testigos de otra oportunidad en la que dieron una cátedra de doom exquisito e incuestionable oficio como siempre lo han hecho, demostrando porque son una opción siempre bienvenida cuando su nombre se suma a conciertos de esta estirpe.
Tras las destacadas presentaciones de El Gran Temor y Poema Arcanus, era hora del primer encuentro entre Pentagram y su fanaticada nacional. Blondie ya lucía llena a las 21:00 y con un público caliente que gritaba el nombre de Bobby, la ansiedad se respiraba en el ambiente. Fue así como el baterista Ryan Manning, vestido ad hoc para la ocasión con una gran polera de Black Sabbath, el bajista Greg Turley y el guitarrista Matt Goldsborough se subieron a la tarima y comenzaron a tocar. Aplaudido a rabiar, Bobby Liebling fue el último en subir al escenario, muy en su estilo haciendo muecas y gesticulando, tomó el micrófono y arrancó con ‘Run My Course’, seguida de ‘Starlady’ y ‘Ask No More’, diferente a lo que estaba planeado en el setlist que originalmente empezaba con ‘Nightmare Gown’, corte que al final no tocaron.
Si bien Bobby Liebling es el único original que se mantiene en la banda, esto no merma por un segundo la calidad del espectáculo, ya que cada pieza encaja para llevar el legado de Pentagram al siguiente nivel. La contundencia de Ryan Manning tras las baquetas ayuda a que ‘The Ghoul’ gane una contundencia apoteósica, golpeando con fuerza mientras el mismo Bobby, que se sabe su repertorio de memoria, lleva los cortes de la batería con los brazos. Incluso ayuda a que versiones más actualizadas de ‘Review Your Choices’ o ‘Be Forewarned’ ganen velocidad, especialmente la segunda, que se despoja de su tétrica versión original para resucitar como una pieza en clave blues con un arpegio más suelto al principio, algo que le acomoda mucho a un Greg Turley que expele groove a destajo desde las cuatro cuerdas, incluso llegando hasta las notas más altas al final del diapasón.
Siguiendo las huellas de las bandas clásicas a las que admira, Bobby goza de una gran complicidad con su guitarrista Matt Goldsborough, quien concentra todos sus esfuerzos en refrescar el catálogo de la banda. Si ya el riff de ‘Sign of the Wolf (Pentagram)’ es majestuoso en la versión de estudio, lo que salía del gabinete Marshall de Goldsborough era una bola de fuego que arrasó con el público y elevó aún más una euforia colectiva que ya a estas alturas del concierto estaba por las nubes. Incluso cuando las pulsaciones bajaban en la cadenciosa ‘When the Screams Come’ o se convertían en monolitos sónicos en ‘Petrified’ o ‘Dying World’, Goldsborough se la jugaba por entregar una nueva paleta sonora a canciones que probaron traspasar las barreras del tiempo. Eso mismo hacía que el repertorio más reciente como ‘Devil’s Playground’ del “Curious Volume” (2015) se combinara de manera espectacular con la eterna ‘Relentless’ del regrabado debut publicado en 1985, formando, al final, una sola línea argumentativa.
“Estos podrían ser o no ser…mis últimos días aquí”, decía Bobby Liebling al presentar el tramo final del concierto tras el encore, que se abrió con ‘Last Days Here’ y se cerró con una frenética versión de la emblemática ‘Forever My Queen’ con el guiño respectivo a ‘20 Buck Spin’ que venían haciendo durante la gira. Bastó el solo riff inicial para que una bengala se prendiera en el medio de la cancha y el público corriera en círculos en un mosh alucinante mientras la banda quemaba sus últimos cartuchos, alucinados por la entrega de la hinchada nacional que sabía el peso de lo que estaba viviendo y fueron parte fundamental de un concierto que no tuvo puntos bajos y que hasta se hizo corto.
El paso de Pentagram en Chile fue histórico por muchas razones. Estuvieron en varias ciudades de Chile, de hecho, aterrizaron en Punta Arenas gracias a la producción de Siete Ciclos y Necio Records tocando con la banda stoner peruana El Jefazo y Los Krúos, muy acertado sabiendo que la zona austral de Chile es tierra fertil para estas propuestas. Pasaron también por Concepción, secundados por Heráldica de Mandrake, Condenados y Mortajas de la mano de Roca Negra Producciones, cultores del rock pesado en la zona y que apostaron por llevar adelante una reunión que parecía un sueño, pero que se hizo realidad gracias al pulso y la constancia de verdaderos fanáticos. Lo de Santiago no hace más que unirse a todo este triunfo, algo difícil para la organización de Red House y MiBar que, como muchas otras productoras, tuvieron que aguantar el implacable paso de la pandemia y la incertidumbre que esta provocó sobre los eventos masivos, pero los riffs de Pentagram tuvieron más peso que cualquier dificultad y estuvieron aquí con las bandas que fueron marcadas a fuego por su sonido.
La historia ha hablado y si bien en los 80 era casi imposible saber de ellos en tiempo real, hoy por fin Pentagram goza del mejor momento de su carrera. Sobreviven para pasar el báculo de generación en generación, solo como las leyendas suelen hacerlo. Es como llevar la marca del lobo, un tatuaje rockero que acompañará a los adeptos de los riffs sabbathicos durante toda su vida y que crea comunidad, entre el público se divisaba a Chelo de Hielo Negro, Oss Frías de Sangría o Francisco González de Arteaga, encargados, a su manera, de perpetrar el estilo por estos rincones del planeta. No sabemos si serán tus últimos días aquí, Bobby, pero sí podemos decir que los que asistimos a este ritual vivimos una jornada que nunca olvidaremos. Por siempre, reyes del doom.